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El dolor articular afecta a millones de personas. Puede deberse a lesiones, enfermedades autoinmunes o simplemente al desgaste del tiempo. Aun así, su impacto es profundo. Limita la movilidad, altera la calidad de vida y, a menudo, genera dependencia de tratamientos.
Desde la reumatología, el dolor articular no se trata solo como un síntoma. Se analiza en profundidad. La causa, el contexto y la evolución definen el enfoque terapéutico. No se trata de “recetar por rutina”, sino de personalizar cada intervención.
El papel de los antiinflamatorios no esteroideos (AINEs)
Los antiinflamatorios no esteroideos (AINEs) son una de las herramientas más utilizadas para controlar el dolor articular. Su acción inhibe las enzimas COX, reduciendo la producción de prostaglandinas, que inflaman y provocan dolor. Entre los más conocidos están ibuprofeno, naproxeno y diclofenaco.
Su eficacia está bien documentada. Alivian tanto el dolor agudo como el crónico. Pero deben usarse con precaución. Los efectos secundarios gastrointestinales, renales o cardiovasculares no son menores. Por eso, su uso prolongado debe ser supervisado.
¿Todos los dolores articulares se tratan igual?
No. En reumatología, la causa del dolor marca el camino. No es lo mismo una artritis reumatoide que una artrosis. Mientras la primera es autoinmune, la segunda es degenerativa. Los tratamientos, aunque similares en algunos casos, difieren en objetivos.
Para la artritis reumatoide, por ejemplo, los AINEs solo controlan síntomas. No modifican la enfermedad. Aquí entran los FAMEs (fármacos antirreumáticos modificadores de la enfermedad), como el metotrexato, que frenan el daño articular. En cambio, en la artrosis, los AINEs pueden ser suficientes en etapas leves o moderadas.
Corticoides y biológicos: otros aliados desde la reumatología
Cuando los AINEs no bastan, los especialistas recurren a corticoides. Son potentes antiinflamatorios. Se usan en brotes o momentos críticos. Pero no se recomiendan a largo plazo, por sus efectos adversos.
En los últimos años, los tratamientos biológicos han transformado la reumatología. Se dirigen específicamente a las moléculas que causan inflamación. Inhibidores de TNF, interleucinas o JAK están cambiando la evolución de enfermedades como la artritis reumatoide o la espondilitis anquilosante.
Reumatología moderna: más allá del tratamiento sintomático
El objetivo ya no es solo calmar el dolor. Es evitar el daño articular. Prevenir la discapacidad. Recuperar la funcionalidad. Esto requiere diagnóstico precoz, seguimiento estrecho y ajustes constantes. La reumatología actual se basa en evidencia, pero también en cercanía al paciente.
El enfoque es integral. Incluye fisioterapia, control del peso, ejercicio adaptado y apoyo psicológico. Los fármacos son importantes, pero no lo único. La educación del paciente es clave. Saber cuándo usar un antiinflamatorio y cuándo no, puede marcar la diferencia.
Automedicación: un riesgo frecuente y peligroso
Muchas personas toman antiinflamatorios por su cuenta. Piensan que, al ser comunes, son seguros. Sin embargo, este hábito puede ocultar enfermedades graves. Además, prolongar el uso sin supervisión puede causar úlceras, insuficiencia renal o elevar la presión arterial.
Desde la reumatología, se insiste en consultar ante cualquier dolor persistente. El tiempo es esencial. Cuanto antes se actúe, mejores son los resultados. No todos los dolores deben medicarse. Algunos deben investigarse.
Conclusión: el arte de tratar el dolor desde la raíz
La reumatología no trata el dolor articular a ciegas. Lo estudia, lo entiende y lo combate desde su origen. Los antiinflamatorios son herramientas útiles, pero no universales. Su uso debe estar guiado por un especialista.
Consultar al reumatólogo no es una exageración. Es una inversión en salud, movilidad y calidad de vida. Porque detrás de un dolor, puede haber una historia que merece ser contada… y tratada.